martes, 24 de junio de 2008

Pero a la argolla, no me la toquen


"Para mí, como crítico, todo lo que alcanza una posición hegemónica debe ser sometido a escrutinio." (Daniel Salas, 24.6.08)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

pero los donuts no me los toquen

Anónimo dijo...

Rodolfo Ybarra le da duro al enano Gustavo Faveron. Ver el blog del pelucón que está que quema:

www.rodolfoybarra.blogspot.com

Anónimo dijo...

AQUÍ EL ARTÍCULO DEL INEFABLE RODOLFO YBARRA CON RESPECTO AL CRITICO GUSTAVO FAVERON,

jueves 3 de julio de 2008
CRITICUS CIRCUS

No es mi intención primaria hacer un análisis “profundo” sobre los “críticos” más controvertidos de la escena virtual (he tenido una petición expresa de escritores temerosos, de lectores cándidos ganados por las “luces artificiales” y las “chispitas mariposas”, y también, de motejadores o seudomotejadores, caballotroyescos con resabios de envidia y jugo biliar). Había pensado hacer un ensayo con bibliografía de apoyo y citas literarias sacadas de los clásicos literarios y mis continuos rebusques; pero ya estamos cansados de eso y no es mi intención seguir un camino trajinado, aún así quisiera dejar una cita, para no perder la costumbre, del crítico Karl Kraus (1874-1936), uno de mis principales asesores de la adolescencia, opositor por antonomasia de Sigmund Freud, Wittgenstein y Weininger y director fundador de la famosa revista “La Antorcha” (Die Fackel) y a quien debiéramos seguir: “En esta época en la que ocurre justamente lo que uno no podía imaginarse, y en la que ha de ocurrir lo que uno ya no podía imaginarse, si pudiera, no ocurriría; en esta época tan sería que se ha muerto de risa ante la posibilidad de que pudiera ir en serio; que sorprendida por su lado trágico busca el modo de disiparse, y al pillarse con las manos en la masa se pone a buscar palabras; en esta época ruidosa que retiembla con la sinfonía estremecedora de acciones que provocan noticias y de noticias que disculpan acciones, en una época así no esperen de mí ni una sola palabra propia. Ninguna salvo ésta, justamente la que protege aún al silencio de ser malentendido”.
Antes de empezar, quisiera anotar algunas características y/o errores de los críticos habitúes que generan no sólo rechazo, sino que aparte de desbordar soberbia (sobre todo a la hora de los comments) con esos airones culteranistas y un aberrante mal gusto por inventarse una razón totémica (¿esto no sería digno de un museo smithsoniano?), fruto de algún albur etéreo que exacerba el efecto de una de las variantes lamentables del “Síndrome de Estocolmo” donde el lector ve en el crítico (que lo maltrata a costa de un manejo neopositivista y de un arrebol irracional por la infalibilidad sobre cualquier texto en cuestión) una especie de salvador intelectual, una luminaria de foco incandescente que es capaz como una hidra-gorgona de pulverizar a quien le mire a los ojos o adivine el mecanismo volutivo de sus conexadas dendritas, de sus termoeléctricos axones, su motor todoterreno-neuronal a dos tiempos: aceite y combustible: oleaginosa razón que aceita al cerebro esponjiforme, y explosivo poder salido de la metralla sostenida por un mono de circo.
Aquí salta como un resorte comprimido, la pregunta: ¿qué ve el crítico cuando analiza un texto? Muchas veces he creído que el (mal) crítico (coprófago hasta el tuétano) se mueve como un carroñero, un ave de rapiña que festina sobre el cadáver y se lanza sobre la carne descompuesta (la que aparece por ejemplo en el “Acorazado Potemkin” de Serguéi Eisenstein) para quitarle a los gusanos los últimos hilachos de músculos y grasa. De esta forma el libro criticado (o la persona) no es digno de recibir los sacramentos cognoscitivos y su “elevación” a los limbos del conocimiento y la consiguiente absorción intelectual para beneficio de las mayorías proletarizadas, sino que el libro criticado (o el caído en la telaraña o la trampa de este personaje) es un pretexto para ensayar una coreografía de seudoconocimientos, un ensayado desdén de datos, fechas, piedepáginas, situaciones y precisiones que “tienen” que ser revisitadas por terceros en su arqueología personal para comprobar la verdad de la pólvora y el descubrimiento del daguerrotipo (a quien quieren engañar, señores).

Otro punto que perturba es el que se refiere al gavillismo literario, me explico, hay un círculo secreto, un complejo orden masónico (en qué nivel estarán estos señores), una organización del método phillips donde el crítico simplemente no toca ni con el pétalo de una rosa a sus adláteres, su buró literatámbico, hay una protección pretoriana con los “incluídos”, ese amiguismo, es por demás infame y causa vergüenza ajena, lástima por la exacerbación de la subjetividad. La crítica no tiene que ser nepótica sin dejar de ser alturada y/o ácida. No tiene por qué ser glucósica y mermeliana (con sus conocidos de neón, los señoritos defensores de un sistema decadente) sin dejar de ser correcta y respetuosa. Lo otro es un juego de naipes donde las barajas han sido cargadas y ya sabemos el final: “tú me comentas bien y me ensalzas y yo hago lo mismo”. Toma y daca. Simbiosis bilateral literaria.

¿Por qué asume el crítico una postura vertical donde él es el dictador-verdugo y el lector, poco menos que el ilota, el esclavo sodomizado (o la geisha en algunos casos) y sujeto con un grillete, una canga o una trampa de oso a la pesada hebilla de la incomprensión? ¿Quién le ha dicho al crítico que es el dueño, regente o siquiera el testaferro temporario de la verdad? Acaso este descubrimiento a priori, o sea antes de que empiece a revisar su verdad y, aún mucho antes de que empiece a escribir sobre tal o cual tema, el ya concibió que él personifica la verdad absoluta, él no es el camino a la ataraxia, él es la ataraxia, él no es el predicador que pregona la verdad de un dios omnipotente, él es la verdad pregonada y, más aún, él es dios: el dios perverso y castigador de alguna religión Mazdea (mazdeísmo de la “felicidad eterna”) que nos elevará al erebo si nos portamos bien (esa fábrica de laboratorio que ya estamos viendo), o sea nos linkeará, nos incluirá en su “círculo selecto” (el “eje del mal”), nos “utilizará” (allá los domesticados, enajenados a su vez por alguna mente enferma) para grupos de estudio, programas culturosos y regímenes de lectura (sólo para extender su cuestionado “poder” y su maniática obsesión por “la verdad inventada” y por los temas que él considera “de prioridad”), y nos catapultará a la fama mediática tan necesaria en estos tiempos de miseria humana, ramplonería cultural e intelectual, de anosmia lasciva y reptil; pero si nos “portamos mal” y osamos negar su discurso aprehendido, sus disquisiciones insalubres, sus bellaquerías por no aceptar que no siempre tiene la razón, seremos (bajo amenazas) lanzados, expectorados fuera del paraíso, nos indispondrán ante terceros (ante los alguaciles y termocéfalos literarios que se ganan la vida exprimiendo limoneramente a ilusos taxistas narradores de cuentos, a poetas verduleros y novelistas con pistolas de juguete), nuestro nombre se borrará automáticamente de las páginas virtuales y seremos ninguneados en todos los idiomas (merde, merde, chaizer, chaizer, shit, shit). Nuestros libros serán requeridos por alguna novedosa organización cuyo código ad hoc hallará sus mayores ninguneos en el “Librorum Prohibitorum” adscrito secretamente al establo literario o a algún poder infame. No está demás decir que entraremos en cuarentena (a eso habría que llamarle también solidaridad de clase, no en el sentido marxista sino secular, sirvengüencería nepótica, apoyo incodicional del violentado sexualmente o hamponería literaria, pirañización del intelecto, etc.).
Por razones de simple raciocinio entendemos que los felipillos, felones, oxiuros y lampreas chupamedias, más que al chancho aman al chicharrón (revisen bien quienes se venden por una migaja publicitaria, por un puestito en el establishment literario y le sirven de corifeos y de tribuna al criticón redomado, por quien, más que respeto intelectual o consideración cognoscitiva, sienten temor, fobia, horror de clase (secular, se entiende) y harto complejo de inferioridad; sino cómo se explica que nadie se atreva a enrostrarle sus falencias y más bien se deshagan en una serie de loas, falacias y relamidos de origen canino, palmaditas de hombre, algunos hasta demuestran lamentables psicopatías ninfomaniacas y marcadas conductas homosexuales, no por convicción asumida o genética, sino por “enamoramiento a primera vista”, el sacudón primario de la cognodependencia glandular, la inefable pituitaria del macho dominante, la testosterona lasciva usada como suero de la verdad o de la mentira, hasta me hacen recordar lo jugueteos entre King Kong y la bella rubia, objeto del deseo animal, la libido irracional). En mi caso, odio a los felones, turiferarios, hierofantes, psicofantes y prefiero estar en el submundo (literatura de baja intensidad) donde las cosas no pueden vencer leyes gravitacionales y caen por su propio peso (felizmente aquí las estadísticas y los cuadros maltusianos sí dicen la verdad), y donde la humildad (aquel don de los espíritus adelantados al menos para la rueda del samsara) sigue siendo esa virtud que, entre muchas otras particularidades, tiene la de entender que el conocimiento es un medio (un camino a) y no un fin (la Meca) en sí mismo. Todo desorden de esto último o alternancia equívoca se concibe como psicopatía y tiene tratamiento médico psiquiátrico e internación, y obviamente un lugar de residentado: el frenopático.

(Espero que este primer aporte y llamado a la cordialidad encuentre eco en los críticos aludidos o aquellos que sientan alguna culpabilidad o autoculpabilidad de posible confesión -habrá algún valiente. No estoy recetando Aquinetón, Lagartil, carbamazepina o el “feliz-citado” fluoxetina y Valium, Frisium, Prozack para los tibios cerebrales, para los reblandecidos con corteza cerebral disecada-, espero que los escogidos lectores que recalan en este sitio, ahora amarillo hierático -señal de peligro, del fuego abrasador y de cambios constantes-, busquen las razones por las cuales no pueden hablar en voz alta o decir las cosas con nombres propios. Empiecen con poner sus nombres en los anónimos, sobre todo cuando van a cuestionar o cuando están pensando en insultar y agredir verbalmente con claras conductas simiescas. A qué se debe ese miedo, no creo que esas fobias sean solo una protección a una identidad que no es de “persona pública”, mucho menos el trasladado “pánico escénico” a la escritura que se muestra y que debe representar a una persona o lo que piensa una persona. Basta de cobardías, basta de ese aforismo pentatéutico repetido en los evangelios: “tirar la piedra y esconder la mano”, eso dejémoslo a los escribanos, en el sentido más literal de esta palabra. No creo que alguien esté pensando que los “anónimos” sean la gran reserva moral de estos últimos tiempos, al menos para los alicaídos blogs, sobre todo a los que dicen son de naturaleza basural. Igual, aquí como en la antisiquiatría del doctor Laing y Joseph Berke tienen casi todas las libertades. Espero que no desaprovechen la oportunidad de cambiar y ser éticamente responsables de lo piensan y de lo que escriben. Anotemos nuestras psicopatías y anotemos su procedencia. Desdeñemos al crítico equívoco pero a su vez no nos convirtamos, por antonomasia, en lo que decimos combatir).

Nos estamos observando.

(Arriba en la foto: Karl Kraus)
Publicado por RODOLFO YBARRA en 14:17 15 comentarios

Anónimo dijo...

Aquí otro artículo del controvertido Rodolfo Ybarra, la verdad me da pena cómo lo revuelca a Gustavito Faverón, lean muchachos, está de la pitri mitri:

sábado 5 de julio de 2008
SOBRE LOS ENANOS ACONDROPLÁSICOS MENTALES (E.A.M.)



Hace un buen tiempo debatíamos con Arturo Delgado (“Los Espejos del Infierno”) y Rafael Inocente (“La Ciudad de Los Culpables”) sobre el estado mental de estas últimas generaciones, para quienes la alimentación se ha convertido en una dieta de grasas saturadas, gaseosas carbonatadas, condimentos que estimulan la libido (pero no la inteligencia) y una suerte de conservantes y preservantes extraños, muchos de ellos con mercurio , sumados al temible aspartame que viene en formato de reemplazo a las sacarinas y que se usa mucho en chocolatería, galletería y dulcería en general. Claro está, todos estos elementos aparte de dañar el estómago y el sistema gástrico, dañan directamente la mente de quien los consume. Esta alimentación sumada a las domesticaciones idiotizantes massmediáticas (televisión que tiende a la automatización, radio que promueve la enajenación y conductas de sometimiento, internet cada vez más al borde de la irrealidad y de los delirios ( un ejemplo claro es un tipo de comentarista de blogs, en su mayoría representante de una seudoespeciación humanoide con un C.I. muy por debajo al de un mono, por lo cual se explica que tenga mayores habilidades manuales, casi las mismas que tiene el primate para subir a un árbol, y menos inteligencia sobre todo para entender conceptos, teorías, cuestionamientos, lo cual entiende como “castigo divino”, por eso reacciona insultando, agrediendo, dando rabietas o tropezones que cualquier veterinario podría entender como un “ataque de ira” ante un hecho inusitado, y que necesita de un sedante, un anestésico, etc).
Entre los mayores placeres cireneicos (los placeres epicureanos sería demasiado) de este enano acondroplásico está su gustó por la satisfacción de deseos básicos y elementales, gusta de vestir bien, casi siempre compra ropa de marcas conocidas y se esfuerza en renovar su closet muy a menudo (cuando no tiene dinero compra vulgares imitaciones y se da por satisfecho. La publicidad ha cavado en su interior dejando una huella coercitiva difícil de romper), gusta comer “bien” como ya he anotado arriba (lo que le hace subir el nivel de sus lípidos HDL y ) y le gustan los placeres mundanos, licor metílico y sexo al paso y a balazos. El enano acondroplásico mental no duda en gastar sus ingresos en contratar los servicios del meretricio, su mente se ve nublada constantemente por el deseo sexual que no puede reprimir y le devora su escasísima capacidad de discernimiento. Como se puede deducir, la prostitución (masculina o femenina) y la pornografía son buenos lugares de solazamiento para el E.A.M. motivo por el cual estas industrias últimamente han tenido un crecimiento geométrico, obligándose a sí mismas ha renovar sus guiones y exigir mayor capacidad histriónica a sus actores (hace poco un pornostar se colocó una microcámara en el pene para filmar una penetración que más parecía un papanicolau).
Todos estos elementos sumados han dado origen al enano acondroplásico mental de conducta simiesca, muy dado a la envidia, la pachotada, la jodienda, sin capacidad de razonamiento o de sostener una conversación alturada, a las justas lanza improperios, insultos de bajo calibre, escupitajos verbales; una de sus “cualidades” es la cobardía y el temor a ser “descubierto”; como no tiene habilidad para mentir, basta leer, por ejemplo, su tipo de escritura para entender qué tipo de E.A.M está detrás. Por lo demás, es fácil entender por qué siempre este nuevo espécimen quiere desautorizar a quien lo señala con el dedo. En el fondo teme ser acorralado, atrapado y puesto en evidencia que su naturaleza es una seudoespeciación del homus novis, el hombre moderno, por eso se entremezcla con algunos seres pensantes, funge de poeta, escritorzuelo, a veces es más audaz y quiere pasar de crítico literario o de editor, a veces busca aparentar que puede desarrollarse en sociedad y se busca una pareja de la misma subespecie; y así entre los dos se hacen un espacio dentro del mundo cognoscitivo, se desenvuelven o intentan hacerlo…hasta que alguien (¡oh horror!) lo descubre.

(Arriba: foto de enano acondroplásico físico)